En este verano, tuvimos a bien la oportunidad de subir en una plataforma de educación a distancia, tres de las materias que impartimos de manera presencial en el la BUAP. Si bien era un evento que tarde o temprano tendría lugar dado que la universidad se apoya cada vez más en Internet para llegar a más estudiantes, la contingencia obligó a acelerar este proceso. Los cursos funcionan y actualmente el otoño 2020 es totalmente virtual. Esta situación me lleva a cuestionar la utilidad de dar clase de manera presencial. Las calificaciones de los estudiantes al final del curso ayudarán a contestar dicha pregunta. Pero hay una segunda pregunta de autoevaluación que también nos planteamos. Incluso después de quince años dedicado a esta actividad. ¿Qué significa ser profesor en educación superior hoy día?
Antes de responder esa pregunta planteo primero esta otra: ¿Es relevante esa función en un mundo con un mar de información al alcance de la mano de un joven en edad universitaria? Tan sólo en este 2020 la pandemia nos ha obligado a adoptar el modelo de educación a distancia, donde mucha de la información es asíncrona y el tiempo de interacción en tiempo real se ha reducido considerablemente. Deficiencias frecuentes en la conexión a internet nos piden economizar las videollamadas y limitarnos a dejar videos, el problema es que a menudo los videos repiten información disponible ya en YouTube por los mejores del ramo.
¿Dónde está entonces ese plus que vuelve relevante nuestro trabajo docente? Hay que empezar por la referencia que hacen (Pérez y Castaño, 2016) en su texto sobre el papel de la universidad en el siglo XXI. Tenemos que formar personas con la capacidad de crear valores por sí mismos, resolver problemas de manera constante con capacidad de adaptación a situaciones adversas. Además, esas personas tienen que ser respetuosas y tolerantes con ideas distintas a las suyas.
Es decir, educación de valores. Elemento que muchas veces queda fuera de los programas de estudios, ya sea por falta de tiempo o pertinencia al tema. En el caso del que escribe estas líneas es muy difícil hablar de ética cuando mis materias tienen más que ver con ingeniería o música. Más que invertir tiempo de la materia para discutir estos temas, el docente debe buscar ser un buen role model y dar el mejor ejemplo.
Hay valores fundamentales para funcionar correctamente en una sociedad. El primero de ellos es el respeto. Esto no significa únicamente tratar de buena manera a los estudiantes, eso se da por entendido como norma cívica básica. Respeto es, por un lado, tolerar la manera de pensar de los estudiantes y permitirles tener opiniones diversas. Por el otro lado, respeto significa tener la empatía suficiente para atender a sus dudas y preguntas o atendiendo puntualmente a dar la clase, así como avisar con la debida anticipación cuando no podrá asistir a darla. El respeto es un buen punto de partida para ganar la atención de los alumnos. Ya tenemos ahí un elemento a la lista de lo que significa ser un buen docente, ser respetuoso y empático.
El segundo elemento que considero nos hace buenos docentes es fomentar la capacidad de autoaprendizaje. Muchas veces he notado el disgusto de algunos estudiantes cuando les dejo de tarea desarrollar algún tema o estudiar por cuenta propia un algoritmo de cómputo para después explicarlo. Insisto en dejar estos trabajos porque en mi experiencia, se aprende mejor cuando uno mismo tiene que resolver un problema. La condición de autodidacta es muy clara cuando se enseña a tocar un instrumento musical, la función del maestro de música es ser un guía. Se apoya al alumno corrigiendo errores sobre un ejercicio de digitación o una pieza ya estudiada, pero leer y digerir la pieza o el ejercicio es labor del estudiante. Decía Gary Peacock, un notable bajista y profesor de música: “No puedes enseñar nada a nadie, si el estudiante en cuestión no da el primer paso”. Ya tenemos un ingrediente más a la receta, enseñar a los universitarios a ser autodidactas.
El último paso es quizás el más complicado: Que el alumno sea capaz de tener un proyecto de vida propio. Es difícil de lograr porque esta meta tiene mucho que ver con el entorno familiar de donde proviene el estudiante. Generalmente, la persona que accede a estudios de educación superior proviene de un entorno de clase media en donde no necesita cubrir sus necesidades básicas de vestido y alimentación. En este sentido, el estudiante puede aprender a diseñar un plan de vida sustentado en honestidad y apoyo al prójimo. Al igual que con el respeto, no nos alcanza el semestre para insertar un minicurso de “Formación Humana” en un syllabus de “Procesamiento Digital de Señales”. Sí podemos, sin embargo, sugerir al alumno llevar un plan de trabajo alterno a la materia en donde establezcan proyecciones de vida a corto, mediano y largo plazo en sus diferentes ámbitos de vida (trabajo y familia) y una serie de posibles caminos para conseguir esas metas. En lo personal difícilmente tengo tiempo de revisar dichos planes, pero mi intención es sembrar en el estudiante el hábito de diseñar y planear proyectos de vida.
Estos son entonces tres puntos de partida para ser un buen docente: Fomentar el respeto, la capacidad de autoaprendizaje y la proyección de un plan de vida. La información especializada se puede quizás aprender a distancia, pero los tres puntos arriba mencionados no se asimilan fácilmente sin un guía que muestre el camino.
Referencias
Pérez, S. & Castaño, R. (2016). Funciones de la Universidad en el siglo XXI: humanística, básica e integral. Revista Electrónica Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 19(1), 191-‐199.