El sonido como cuerpo sin Rostro: Composición Abstracta

No hay melodía.
No hay forma reconocible.
Solo una vibración que insiste, que se despliega como niebla sobre el campo sonoro.

La composición abstracta no busca agradar.
No seduce.
No explica.
Es un cuerpo sin rostro que se mueve por intuición,
como si el sonido tuviera memoria propia
y yo solo fuera el médium que lo deja pasar.

Trabaja con texturas.
Ruido blanco filtrado como si fuera seda.
Un pulso grave que no marca tiempo, sino respiración.
Y una voz sintética que no dice nada, pero lo dice todo.

No sé si esto será parte de un álbum.
No sé si alguien lo escuchará.
Pero sé que, al hacerlo, algo se ordenó dentro de mí.

La abstracción no es evasión.
Es otra forma de presencia.
Una que no necesita palabras, ni rostro, ni historia.

Solo el sonido.
Solo el gesto.
Solo el instante en que dejo de ser yo
y me convierto en vibración.

La música no tiene que ser melódica, ni armónica, ni siquiera reconocible para ser hermosa.
A veces, lo más conmovedor es aquello que no se puede nombrar: un zumbido, una textura, una vibración que toca algo profundo sin pedir permiso.
La belleza no está en la forma, sino en la honestidad del gesto.
Y cuando ese gesto nace desde lo más íntimo, incluso el ruido puede ser un poema.

Entre el silencio y el sonido: una nota sobre la creación

Hay días en que el mundo parece hecho de ruido. No el ruido externo, sino ese murmullo interno que nos empuja a producir, a demostrar, a estar presentes en todas partes menos en nosotros mismos.

Pero en medio de ese torbellino, hay un espacio sagrado: el instante en que una idea se convierte en sonido, en palabra, en gesto. Ese momento no se puede forzar. Se cultiva. Se espera. Se honra.

Crear no es solo hacer. Es escuchar. Es permitir que algo nos atraviese y se manifieste con nuestra voz, nuestra estética, nuestra historia.

Hoy no vengo a mostrar resultados. Vengo a compartir el proceso. A decir que está bien no tener respuestas, que está bien explorar sin mapa, que está bien ser un laboratorio de emociones y formas.

Porque en ese espacio incierto, ahí es donde nace lo auténtico.

Es importante mencionar que esos momentos de escucha deben ser parte de una rutina, quizás de cada tercer día en cierta hora. El objetivo es convertir esos momentos en un hábito.

En esta vida no podemos tener lo sublime sin lo pedestre. De ahí que a veces sea incluso conveniente programar en agenda momentos de reflexión.

Sentarse un martes a las 3:30, aprovechando reposar la comida, a pensar en la próxima composición, la próxima ejecución o la siguiente entrada de blog es un buen ejercicio.

¿Por qué alguien elige ser artista sabiendo que implica una vida precaria?

Digamos la verdad: dedicarse al arte es, en muchos sentidos, una locura. Es lanzarse al mar con un bote sin remos, con la esperanza de que la corriente —si uno sabe escucharla— te lleve a algún sitio con tierra firme y algo de luz.

Pero, ¿por qué alguien lo hace? ¿Por qué, sabiendo que hay caminos más estables, más predecibles, más “seguros”, uno elige la música, la danza, la palabra, la imagen?

No es una respuesta simple, pero sí es profundamente humana.

1. Porque no hay otra opción

Ser artista no siempre es una decisión. A veces es una urgencia. Una voz interna que no se calla. Una necesidad de traducir lo que se siente en forma, en sonido, en materia. Cuando uno lo intenta dejar, la vida pierde sentido. Y entonces, incluso con miedo, vuelve.

2. Porque el arte es una forma de resistir

En un mundo saturado de ruido, prisa y fórmulas vacías, el arte se convierte en un acto de resistencia. Es decir: “esto que siento, que observo, que imagino, vale la pena ser compartido”. En ese gesto hay dignidad. Hay belleza. Y hay también una fuerza subversiva: la de quien crea sin pedir permiso.

3. Porque sí hay recompensa, aunque no sea económica

Un aplauso íntimo. Un mensaje de alguien que se sintió acompañado por una canción. Un silencio colectivo frente a una función. Un niño que dibuja después de verte pintar. Esos momentos valen. Son fugaces, sí, pero reales. Y muchos artistas viven para eso: para tocar la vida de otro, aunque sea por un segundo.

4. Porque el arte también construye comunidad

No se trata sólo de crear para uno mismo. El arte convoca. Une. Organiza. Permite que aparezca otra forma de estar juntos. Una que no se basa en el consumo o la productividad, sino en la escucha, en la vulnerabilidad, en la experiencia compartida.

5. Porque el arte da sentido

Quizá lo más poderoso: el arte da sentido. Y eso no es poca cosa. Porque el mundo puede ser muy gris, muy cruel, muy frío. Y el arte —con todas sus formas— nos recuerda que hay todavía espacios donde el alma puede respirar.

¿Implica precariedad? Sí. ¿Renuncias? Por supuesto. Pero quienes lo eligen de corazón lo saben: hay cosas más importantes que la seguridad. Como la libertad. Como la verdad. Como ese temblor que aparece cuando una obra se termina y —aunque nadie lo vea aún— uno sabe que algo esencial ha sido dicho.

¿Y tú? ¿Qué estás eligiendo sostener, aunque cueste?

Wish you Were Here, versión dueto con Paco Saucedo Jonapá

Nos llevó un buen rato a Paco y a un servidor coincidir para poder grabar ésta versión de la que sin duda es de las mejores canciones de Pink Floyd. Afortunadamente se hizo y éste fue el resultado, sin mayor ambición más que hacer un cover amistoso Wish you were Here para todos ustedes: