Poliacordes, una ejemplo de composición

Ahora presentaremos el uso de poliacordes en una composición para piano de un sevridor:

Dejamos el audio y aquí mostramos la partitura:

Los poliacordes aparecen desde el principio. Los primeros compases los muestran, de acuerdo con Persichetti (1985)1, es recomendable que el acorde inferior tenga las voces lo más abierto posible para evitar que suene muy “sucio”. En el caso de esta pieza, evitamos un acorde en bloque y nos limitamos a hacer notas de bajo con la fundamental y la quinta de un acorde de Do mayor. Cabe mencionar que son las únicas notas de bajo utilizadas en toda la pieza.

La mano derecha del piano muestra justamente el acorde superior, la progresión va con A, B, D, F y C. El compás 5 hace un cambio en el tema pero sigue con la idea de poliacordes C, D, Bb y C surgen en la mano derecha.

En el compás 9 hay un tercer tema que hace una especie de polirritmia 3 contra 2 el bajo sigue jugando Do y Mi y la mano derecha insiste con un Bb. De ahí nos vamos hasta el compás 13 donde retoma los temas del inicio.

El compás 27 hace una idea melódica moviéndose a Do lidio. Se puede ver que el acorde en el bajo es insitentemente un Do mayor C. Finalmente cerramos la pieza con los primeros dos temas hasta caer a un C que nos da la idea de tonalidad.

  1. Persichetti, V. (1985). Armonía del siglo XX. Real Musical. ↩︎

Ocho dólares al año: anatomía de una paradoja en la economía del streaming

En el último año, mis composiciones disponibles en plataformas digitales generaron un ingreso total de ocho dólares. No es un error tipográfico. Ocho dólares. Esa cifra, que apenas alcanza para cubrir una comida modesta, representa el retorno económico de cientos de horas invertidas en composición, producción, mezcla, diseño sonoro y distribución.

Este dato no es anecdótico: es estructural. Refleja el funcionamiento de un modelo de negocio que ha convertido la música en un producto de consumo masivo, donde el valor artístico se diluye en métricas de volumen y algoritmos de retención. En plataformas como Spotify, Apple Music o YouTube Music, el pago por reproducción oscila entre $0.003 y $0.007 USD. Para que un artista independiente pueda generar ingresos equivalentes al salario mínimo mensual, necesitaría acumular entre 500,000 y 1 millón de reproducciones, cifra inalcanzable para quienes trabajan en géneros no comerciales, propuestas experimentales o circuitos locales.

La paradoja es evidente: nunca antes la música había sido tan accesible, tan distribuida, tan escuchada. Sin embargo, nunca había sido tan precarizada en términos económicos para sus creadores. El modelo de streaming beneficia a los grandes catálogos, a los sellos multinacionales y a los artistas que ya cuentan con infraestructura de promoción. Para el resto, la visibilidad no se traduce en sostenibilidad.

En mi caso, esos ocho dólares no son solo una cifra: son un síntoma. Sin embargo, también pueden ser una oportunidad. Un punto de partida para repensar el valor de la música más allá del mercado. Para reivindicar el acto creativo como espacio de afirmación, de comunidad, de resistencia. Para enseñar a mis estudiantes que el reconocimiento no siempre viene en forma de ingresos, pero que eso no invalida la potencia de lo que hacemos.

La solución no es sencilla. Requiere revisar modelos de distribución, fortalecer redes de apoyo, impulsar políticas culturales que reconozcan la labor artística como trabajo. Pero sobre todo, requiere que como sociedad dejemos de asumir que la música “está ahí” por default. Porque detrás de cada tema hay una historia, un cuerpo, una intención.

A veces, también, ocho dólares.

Entre el silencio y el sonido: una nota sobre la creación

Hay días en que el mundo parece hecho de ruido. No el ruido externo, sino ese murmullo interno que nos empuja a producir, a demostrar, a estar presentes en todas partes menos en nosotros mismos.

Pero en medio de ese torbellino, hay un espacio sagrado: el instante en que una idea se convierte en sonido, en palabra, en gesto. Ese momento no se puede forzar. Se cultiva. Se espera. Se honra.

Crear no es solo hacer. Es escuchar. Es permitir que algo nos atraviese y se manifieste con nuestra voz, nuestra estética, nuestra historia.

Hoy no vengo a mostrar resultados. Vengo a compartir el proceso. A decir que está bien no tener respuestas, que está bien explorar sin mapa, que está bien ser un laboratorio de emociones y formas.

Porque en ese espacio incierto, ahí es donde nace lo auténtico.

Es importante mencionar que esos momentos de escucha deben ser parte de una rutina, quizás de cada tercer día en cierta hora. El objetivo es convertir esos momentos en un hábito.

En esta vida no podemos tener lo sublime sin lo pedestre. De ahí que a veces sea incluso conveniente programar en agenda momentos de reflexión.

Sentarse un martes a las 3:30, aprovechando reposar la comida, a pensar en la próxima composición, la próxima ejecución o la siguiente entrada de blog es un buen ejercicio.

Música y multimedia: cuando el arte se vuelve conversación interdisciplinaria (y transdisciplinaria)

En un mundo donde los lenguajes creativos convergen, la música ha dejado de ser un arte aislado. Hoy más que nunca, dialoga con la imagen, el movimiento, la narrativa digital y la programación interactiva. La multimedia no solo acompaña a la música: la potencia, la desafía y, a veces, la transforma.

La interdisciplinariedad implica el diálogo entre campos: compositores colaborando con cineastas, músicos que crean junto a artistas visuales o programadores. Cada quien aporta desde su especialidad, pero el resultado es común, más amplio que la suma de sus partes.

La transdisciplinariedad, en cambio, va más allá: es una fusión radical de saberes, donde las fronteras entre disciplinas se desdibujan y surge un nuevo lenguaje. Aquí, el músico no solo colabora, sino que deviene también un poco diseñador, un poco performer, un poco narrador digital. La obra deja de pertenecer a una sola categoría y se convierte en experiencia viva, cambiante, híbrida.

En este terreno, componer una pieza puede implicar también pensar en cómo se verá en una instalación, qué colores la acompañarán, cómo se traducirá en experiencia inmersiva para el espectador. Las preguntas ya no son solo “¿cómo suena?”, sino también “¿cómo se ve?”, “¿cómo se siente?” y “¿cómo se vive?”.

Este cruce entre disciplinas no implica diluir la especificidad musical, sino expandirla. En esa expansión hay riesgo, pero también asombro. Porque la música, al rozarse con otros lenguajes, revela nuevas capas de sentido. La transdisciplina no borra la música: la reinventa.

Y en medio de todo eso, hay algo profundamente humano: el deseo de comunicar. De que el sonido no solo se escuche, sino que habite el espacio, el cuerpo, la mirada.

¿Por qué alguien elige ser artista sabiendo que implica una vida precaria?

Digamos la verdad: dedicarse al arte es, en muchos sentidos, una locura. Es lanzarse al mar con un bote sin remos, con la esperanza de que la corriente —si uno sabe escucharla— te lleve a algún sitio con tierra firme y algo de luz.

Pero, ¿por qué alguien lo hace? ¿Por qué, sabiendo que hay caminos más estables, más predecibles, más “seguros”, uno elige la música, la danza, la palabra, la imagen?

No es una respuesta simple, pero sí es profundamente humana.

1. Porque no hay otra opción

Ser artista no siempre es una decisión. A veces es una urgencia. Una voz interna que no se calla. Una necesidad de traducir lo que se siente en forma, en sonido, en materia. Cuando uno lo intenta dejar, la vida pierde sentido. Y entonces, incluso con miedo, vuelve.

2. Porque el arte es una forma de resistir

En un mundo saturado de ruido, prisa y fórmulas vacías, el arte se convierte en un acto de resistencia. Es decir: “esto que siento, que observo, que imagino, vale la pena ser compartido”. En ese gesto hay dignidad. Hay belleza. Y hay también una fuerza subversiva: la de quien crea sin pedir permiso.

3. Porque sí hay recompensa, aunque no sea económica

Un aplauso íntimo. Un mensaje de alguien que se sintió acompañado por una canción. Un silencio colectivo frente a una función. Un niño que dibuja después de verte pintar. Esos momentos valen. Son fugaces, sí, pero reales. Y muchos artistas viven para eso: para tocar la vida de otro, aunque sea por un segundo.

4. Porque el arte también construye comunidad

No se trata sólo de crear para uno mismo. El arte convoca. Une. Organiza. Permite que aparezca otra forma de estar juntos. Una que no se basa en el consumo o la productividad, sino en la escucha, en la vulnerabilidad, en la experiencia compartida.

5. Porque el arte da sentido

Quizá lo más poderoso: el arte da sentido. Y eso no es poca cosa. Porque el mundo puede ser muy gris, muy cruel, muy frío. Y el arte —con todas sus formas— nos recuerda que hay todavía espacios donde el alma puede respirar.

¿Implica precariedad? Sí. ¿Renuncias? Por supuesto. Pero quienes lo eligen de corazón lo saben: hay cosas más importantes que la seguridad. Como la libertad. Como la verdad. Como ese temblor que aparece cuando una obra se termina y —aunque nadie lo vea aún— uno sabe que algo esencial ha sido dicho.

¿Y tú? ¿Qué estás eligiendo sostener, aunque cueste?

Sobrevivir en la distopía musical mexicana

Por Erica Lux

En una esquina del centro, mientras la licuadora de jugos pelea con el claxon del microbús, una flauta dulce produce melodías sobre el bullicio. No es una metáfora: soy yo, escuchando Vangelis. Con los audífonos puestos y la mente en Blade Runner, mientras espero a que se enfríe la milanesa que estoy a punto de meter al pan y entregar al cliente que espera.

Ser músico en México no es sólo una vocación, es un deporte de resistencia. Entre una clase de armonía y una tocada mal pagada, vamos armando nuestras vidas con retazos de ingreso, talento y fé. Aunque suene dramático, no es del todo pesimista: es más bien una forma singular de existencia. Atmosférica, como un pad analógico; real, como el sudor en el foro cuando se cae el monitor en pleno solo.

Según el CONEVAL, vivir dignamente en Puebla requiere un ingreso mensual de aproximadamente $13,000 pesos. Según mi cuenta bancaria, vivir de la música requiere magia negra, doble jornada y una habilidad en Excel que jamás imaginé desarrollar. Aún así, aquí estamos. Porque aunque no siempre pague bien, hacer música sigue siendo una forma de insistir con belleza en medio del caos.

¿Y sabes qué? En medio de todo, también hay gozo: cuando una alumna entiende cómo resuelve una séptima menor, cuando alguien llora con una canción tuya, cuando en vez de caer al abismo decides subirle distorsión a la guitarra.

No hay conclusión clara. Sólo este gesto insistente de seguir componiendo, resistiendo, sonando.

Cuando la cosa se pone difícil

Cuerpo que Trabaja, cuerpo que vale

Hay una trampa cultural que aún no desmontamos del todo: la de pensar que el trabajo físico “vale menos”. Que quien suda, carga, barre, corta, limpia o cuida, lo hace porque no pudo “aspirar a más”. Como si lo físico fuera lo básico. Lo elemental. Lo que cualquiera puede hacer.

Y no.

Trabajar con el cuerpo —ya sea en la construcción, en el cuidado, en la danza o en la música— requiere habilidades, resistencia, entrega… y dignidad. Pero vivimos en una economía simbólica donde se premia más el control que la ejecución. Donde se celebra al que manda, no al que hace. Donde se cobra más por planear que por levantar.

En el mundo del arte también ocurre. Hay una seducción por lo conceptual, por lo teórico, por el discurso, se premia más la investigación científica que la creación. Pero ¿cuántas veces hemos visto que la labor manual, la práctica constante, la repetición, el ensayo físico, se invisibilizan en la narrativa?

Yo, como músico, lo vivo en carne y dedos. Mi cuerpo es parte de mi instrumento. Y cuando enseño, cuando toco, cuando grabo, hay un esfuerzo físico involucrado que rara vez se reconoce como tal. Como si hacer música fuera solo inspiración, y no también horas de espalda tensa, de garganta seca, de brazos firmes, de piernas que aguantan estar de pie.

En este país, donde la precariedad laboral atraviesa todos los sectores, recordarlo es urgente. No hay trabajo indigno. Hay trabajos invisibilizados. Y muchos de ellos —la mayoría— tienen un cuerpo detrás que se cansa, que se agota… y que sostiene. Se recomienda al lector y lectora el libro Shop Class as Soulcraft: An Inquiry into the Value of Work” de Matthew B. Crawford. donde profundiza en este tema.

Cuerpo que trabaja, cuerpo que vale.
Reconozcámoslo. Nombrémoslo.
Y, si podemos, dignifiquémoslo también con descanso, respeto y buena paga.

¿Puede un músico vivir dignamente en México?

En México, el ingreso mínimo necesario para que una persona viva dignamente en una zona urbana es de $3,542.40 pesos al mes, según la Línea de Bienestar del CONEVAL (2024). Esto incluye lo básico: alimentación, transporte, vivienda, salud y educación. Para una familia de cuatro integrantes, esta cifra asciende a $14,169.60 pesos mensuales. Pero… ¿cómo se comparan estos números con lo que realmente gana un músico profesional en el país?

Spoiler: la mayoría no llega.

El panorama económico del músico en México

La docencia, la producción musical, la gestión cultural, la investigación artística y —en menor proporción— la interpretación en vivo, son las actividades más comunes que sostienen la economía del músico mexicano. En muchos casos, no es una sola actividad la que garantiza el ingreso, sino la combinación de varias —lo que se conoce como pluriactividad.

En encuestas recientes, se ha identificado que un número importante de músicos vive por debajo o apenas en el límite de esa línea de bienestar. Esto se debe a varias razones:

Pagos bajos y esporádicos por presentaciones en vivo. Escasa contratación formal en instituciones culturales o educativas. Falta de derechos laborales, como seguridad social o contratos estables. Dependencia de múltiples fuentes, algunas incluso fuera del ámbito musical (por ejemplo, venta de productos, clases no relacionadas, u oficios alternativos).

Ingresos reales vs ingreso digno

Si bien hay músicos que logran superar la línea de bienestar —sobre todo quienes tienen plazas en universidades, producen música para medios o combinan su quehacer con posgrados e investigación—, la gran mayoría sigue dependiendo de ingresos fragmentados. Un ejemplo frecuente es quien gana entre $5,000 y $10,000 pesos mensuales, trabajando en distintas actividades sin certeza de continuidad.

Eso quiere decir que, para una sola persona, vivir apenas por encima del umbral de bienestar requiere un esfuerzo multidisciplinario. Para mantener una familia, la situación se vuelve aún más compleja.

Entonces, ¿qué se necesita?

Formarse más, sí. Profesionalizarse, también. Pero lo más urgente es visibilizar esta realidad: ser músico en México implica navegar un sistema laboral precario, aunque se tenga talento, estudios y pasión.

Urgen políticas culturales más justas, modelos de apoyo económico reales para artistas y esquemas que reconozcan la contribución del arte a la sociedad. Mientras eso llega, toca resistir… y componer.

Ser Músico en México: Entre el Talento y la Precariedad

Introducción

Ser músico en México es una decisión de vida que exige compromiso, sensibilidad y una profunda vocación. Sin embargo, al comparar las condiciones laborales del músico mexicano con las de colegas en países como Noruega, Suiza, Japón o Estados Unidos, se vuelve evidente que existen desventajas estructurales que impactan directamente en su desarrollo profesional y calidad de vida.

1. Inversión pública y respaldo institucional limitado

En países como Noruega o Suiza, el gasto público en cultura se refleja en apoyos sólidos a la creación artística, orquestas estables, becas de investigación y redes de producción cultural. En contraste, en México el sector cultural suele estar subfinanciado, dependiendo de presupuestos inestables y decisiones políticas volátiles. Esto deja a muchos músicos operando sin redes de apoyo, sosteniéndose con múltiples trabajos o recurriendo a proyectos personales autogestionados.

2. Condiciones laborales frágiles

A diferencia de Japón o Estados Unidos, donde muchos músicos acceden a contratos formales y prestaciones laborales, en México la mayoría trabaja bajo esquemas por honorarios o sin contrato alguno. Las prestaciones sociales son una excepción y no la norma. Esto genera incertidumbre constante, incluso en aquellos que colaboran con instituciones educativas o culturales reconocidas.

3. Reconocimiento académico y oportunidades de formación

En los países antes mencionados, ser músico es una profesión socialmente legitimada, respaldada por programas de posgrado, formación continua y movilidad internacional. En México, aunque existen universidades y conservatorios con programas de calidad, los apoyos para la formación avanzada o la investigación artística son limitados, especialmente fuera de las grandes ciudades.

4. Infraestructura tecnológica y acceso desigual

La producción musical actual requiere acceso a tecnología especializada. Mientras que en otras regiones esto es facilitado por subsidios, residencias o centros de creación, en México son los propios músicos quienes deben invertir en sus equipos, formación técnica y procesos de distribución. Esto genera una brecha entre quienes pueden costearlo y quienes quedan al margen del circuito digital.

5. Protección legal y regalías poco efectivas

La gestión de derechos de autor y el acceso a regalías sigue siendo un reto en México. A pesar de contar con leyes vigentes, su aplicación es irregular y poco transparente. En contraste, países como Japón o Estados Unidos cuentan con sistemas sólidos de monitoreo y compensación, permitiendo que el trabajo artístico genere ingresos sostenibles a largo plazo.

Reflexión final

El músico en México no es menos talentoso, ni menos preparado. Lo que enfrenta es un entorno estructuralmente adverso que exige de él no solo habilidades artísticas, sino también resiliencia, estrategia y versatilidad. Ante esta realidad, es crucial que desde la formación profesional se impulse una visión integral: que contemple no solo la excelencia técnica, sino también la gestión cultural, la docencia, la producción multimedia y el conocimiento de herramientas legales y digitales.

Porque hacer música en México no es rendirse, es insistir en que el arte merece existir con dignidad. Aunque como su amiga aquí abajo vendan elotes, toquen y den clases simultáneamente.

Augmented: Piano Piece and its analysis

The composition started as an experimentation between a C chord and an Eb chord. Both chord are voiced related. They share a common note which is G, the fundamental of Eb is half a step from C‘s third and the fifth in Eb is a step behind the root of C.

The main idea was to walk through these two chords keeping the bass in C which corresponds to the root and sixth in both chords.

From there, the author plays around with a Caug chord. The goal here was to try out the augmented chord different types of modulation. First by taking it’s root half a step down to B. Moving to an E chord. Moving the bass a third down to obaint E’s root note.

Then Caug comes again to modulate to C/Ab by moving its third half a step down. The bass remains in C to keep the voicing movement to a minimum.

Finally Caug changes its augmented fifth half a step down to go to C and subsequently moves half a step up going to Am.

Then comes a second part where the harmony changes between Cma7 and Dma7, again the main note is C changing half a step up to C#. These changes move to a descending chord scale that culminates on Am. This section looks for a jazzy feeling.

A new idea comes to place returning to the Ab key presented a few bars before. This time the tempo changes to Lento. At this time of the piece the idea is to produce the feeling of a ballad. The bass moves by semitones between G and Ab.

Then section varies tempo to allegro bass continues moving by semitones and thirds till is finished in C/Ab.

Another section appears as Andante, basically three notes taken from another piece by the same author. Eb moving alternatively a third and a fourth.

The piece modulates to the key of Gm, it moves in arpeggio with a fourth included. The bass line is also an Gm (sus4) arpeggio varying in duration.

A final cadence takes place within triads with minimum voice movement. At this point the composer was trying to close in C on bar 90, but it was later notes that the key demanded a Gm as the final chord. It doesn’t reach this chord with a typical V-i cadence, it closes form a Cm to Gm. Somewhat reminiscent of a plagal cadence.

The composition takes inspiration form harmonic changes. It is not rhythmically challenging except maybe for the syncopation on the first section. It is worth mentioning that most of the piece was written using an external midi keyboard controller. It reduces the possibilities of execution. Most of the piece was created one hand at a time. It is way much better to improvise with a regular size 5 octave keyboard.

What comes to mind when listening to the piece?

The first part is somewhat funky. An unusual change in harmony in popular music. From there the idea is almost a technical exercise on augmented chord, by exploiting the triad modulation possibilities.

Then comes the jazzy section, it takes into account the major seventh chord, but it gives the piece certain relieve by contrasting with the augmented chord section.

The next section with Ab tries to bring a balladistic atmosphere. This sensation is mantained until it pauses and the Eb section breaks with this idea to introduce the Gm arpeggios which is the final section of the piece.

General Conclusion

The composition evolves nicely into different passages and changes in tempo and modulation to neighbor keys. This sort of suite is worth being explored in the future.

Another idea to pursue is to compose more rhythmically oriented. Trying to develop the player’s technical abilities in the instrument.