El valor del Dinero

El dinero es una de esas cosas que creemos entender hasta que nos detenemos a pensarlo en serio.

Sabemos cuánto tenemos, cuánto nos falta, cuánto “deberíamos” ganar.

Pero rara vez nos preguntamos qué es realmente eso que tanto perseguimos.

No hablo del valor de cambio ni de la economía global.

Hablo del valor del dinero como idea, como energía, como reflejo de lo que somos y de lo que tememos ser.

El dinero como herramienta

En su forma más simple, el dinero es solo eso: una herramienta de intercambio.

Una forma práctica de decir: “esto vale tanto esfuerzo, tanto tiempo, tanta atención”.

Cada billete, cada número en una pantalla, representa minutos de vida.

Y ahí vale hacerse una pregunta sencilla, casi brutal:

¿Esto vale el tiempo de mi vida que estoy entregando a cambio?

A veces la respuesta es sí, y se siente bien.

Otras veces, no. Y ese “no” pesa más que cualquier factura.

El dinero como emoción

El dinero nunca es solo dinero.

Es miedo, deseo, culpa, orgullo, ambición, vergüenza.

Cada impulso de gastar o de ahorrar tiene una raíz emocional.

Algunos buscan dinero porque anhelan libertad.

Otros, porque necesitan control.

Y hay quienes lo acumulan no por amor a la abundancia, sino por miedo a perder.

Pero el dinero no cura esos vacíos.

Solo los amplifica. Las emociones se manejan desde el interior.

El dinero como símbolo

En el fondo, el dinero es una forma de energía social.

Sirve para medir valor, pero no valor humano.

Ahí es donde solemos enredarnos:

confundimos lo que tenemos con lo que somos.

Creemos que el saldo en la cuenta mide el peso de nuestra existencia.

No.

El dinero mide transacciones, no sentido.

Ponerlo en su lugar

Pensar en el valor del dinero no es despreciarlo.

Es recordarle su sitio.

El dinero sirve cuando trabaja para ti,

no cuando te convierte en su empleado.

Porque si el dinero se vuelve tu centro,

entonces no tienes fortuna:

la fortuna te tiene a ti.

Ocho dólares al año: anatomía de una paradoja en la economía del streaming

En el último año, mis composiciones disponibles en plataformas digitales generaron un ingreso total de ocho dólares. No es un error tipográfico. Ocho dólares. Esa cifra, que apenas alcanza para cubrir una comida modesta, representa el retorno económico de cientos de horas invertidas en composición, producción, mezcla, diseño sonoro y distribución.

Este dato no es anecdótico: es estructural. Refleja el funcionamiento de un modelo de negocio que ha convertido la música en un producto de consumo masivo, donde el valor artístico se diluye en métricas de volumen y algoritmos de retención. En plataformas como Spotify, Apple Music o YouTube Music, el pago por reproducción oscila entre $0.003 y $0.007 USD. Para que un artista independiente pueda generar ingresos equivalentes al salario mínimo mensual, necesitaría acumular entre 500,000 y 1 millón de reproducciones, cifra inalcanzable para quienes trabajan en géneros no comerciales, propuestas experimentales o circuitos locales.

La paradoja es evidente: nunca antes la música había sido tan accesible, tan distribuida, tan escuchada. Sin embargo, nunca había sido tan precarizada en términos económicos para sus creadores. El modelo de streaming beneficia a los grandes catálogos, a los sellos multinacionales y a los artistas que ya cuentan con infraestructura de promoción. Para el resto, la visibilidad no se traduce en sostenibilidad.

En mi caso, esos ocho dólares no son solo una cifra: son un síntoma. Sin embargo, también pueden ser una oportunidad. Un punto de partida para repensar el valor de la música más allá del mercado. Para reivindicar el acto creativo como espacio de afirmación, de comunidad, de resistencia. Para enseñar a mis estudiantes que el reconocimiento no siempre viene en forma de ingresos, pero que eso no invalida la potencia de lo que hacemos.

La solución no es sencilla. Requiere revisar modelos de distribución, fortalecer redes de apoyo, impulsar políticas culturales que reconozcan la labor artística como trabajo. Pero sobre todo, requiere que como sociedad dejemos de asumir que la música “está ahí” por default. Porque detrás de cada tema hay una historia, un cuerpo, una intención.

A veces, también, ocho dólares.

Entre el silencio y el sonido: una nota sobre la creación

Hay días en que el mundo parece hecho de ruido. No el ruido externo, sino ese murmullo interno que nos empuja a producir, a demostrar, a estar presentes en todas partes menos en nosotros mismos.

Pero en medio de ese torbellino, hay un espacio sagrado: el instante en que una idea se convierte en sonido, en palabra, en gesto. Ese momento no se puede forzar. Se cultiva. Se espera. Se honra.

Crear no es solo hacer. Es escuchar. Es permitir que algo nos atraviese y se manifieste con nuestra voz, nuestra estética, nuestra historia.

Hoy no vengo a mostrar resultados. Vengo a compartir el proceso. A decir que está bien no tener respuestas, que está bien explorar sin mapa, que está bien ser un laboratorio de emociones y formas.

Porque en ese espacio incierto, ahí es donde nace lo auténtico.

Es importante mencionar que esos momentos de escucha deben ser parte de una rutina, quizás de cada tercer día en cierta hora. El objetivo es convertir esos momentos en un hábito.

En esta vida no podemos tener lo sublime sin lo pedestre. De ahí que a veces sea incluso conveniente programar en agenda momentos de reflexión.

Sentarse un martes a las 3:30, aprovechando reposar la comida, a pensar en la próxima composición, la próxima ejecución o la siguiente entrada de blog es un buen ejercicio.

¿Por qué ha bajado el rock mexicano en los últimos tiempos?

Durante décadas el rock mexicano fue un emblema cultural y contracultural: desde Avándaro en 1971 hasta el auge de Caifanes, Café Tacuba, Fobia, Maná o El Tri. Todo esto respaldado por festivales masivos como el Vive Latino. Sin embargo, hoy ese género ha perdido protagonismo frente a géneros como el reguetón o el corrido tumbado. Esto es lo que ocurre:

1. Cambios radicales en el consumo musical

Las plataformas de streaming priorizan algoritmos orientados a lo viral y lo repetible. Según Luminate, el género regional mexicano creció más del 15 % en streaming en el primer semestre de 2024, mientras el rock quedó atrás en las preferencias de audiencias jóvenes. El consumo musical ha cambiado y el rock no se ha adaptado con la misma velocidad ni impacto.

2. Festivales que cambian de mirada

El Vive Latino, tradicionalmente un festival de rock en español, ha abierto su cartel a géneros como el regional mexicano, cumbia, pop y electrónica. Este cambio ha sido criticado:

“El 70 % del cartel no era rock… el rock se siente sometido a ritmos de cumbia, ska y sonidos afrocaribeños”.

(El País, 2014)

Aunque se habla de mantener el espíritu del rock, la relevancia hoy se mide por diversidad, no por especialización del género.

3. Menos renovación generacional en el rock

Reddit recolecta comentarios como este:

“Hoy el rock se ve como algo anticuado. Ya no es ‘cool’ ni contracultura. Es música de señor” .

Y también:

“Es un género de nicho… el público prefiere artistas extranjeros y la música urbana” .

La falta de bandas nuevas con voz propia y riesgo artístico hace que el rock suene repetido, sin identidad que comprometa nuevas audiencias .

4. Dinámicas culturales y estéticas

La industria musical mexicana gira actualmente en torno al regional mexicano. El éxito explosivo de artistas como Peso Pluma refleja un cambio generacional y cultural que ha desplazado al rock como bandera identitaria. Según medios como El País, las audiencias jóvenes se conectan más con sonidos de cumbia urbana, trap y corridos modernos, mientras que consideran el rock algo del pasado. Incluso hace poco hubo discusiones sobre rock en la cámara de diputados. El rock se ha vuelto parte del establishment.

5. Crisis de medios especializados

Las radios, revistas y plataformas de difusión dedicadas al rock han desaparecido o se han diversificado. Solo quedan espacios muy nicho como Reactor en CDMX, lo que perjudica la circulación de bandas nuevas y dificulta el sostenimiento de escena local .

A manera de conclusión podemos observar que el rock, como antes fuera el jazz ha dejado de ser música de las masas para ir más hacia nichos de consumo más específicos. Las grandes leyendas dejarán este plano en próximos 20 años por mucho, hoy incluso el rock es género para enseñanza musical. Lo institucionalizado deja de ser atractivo a las juventudes. Veamos si habrá un género que tenga el impacto que tuvo el rock en su momento.

El bajo parlante

Este cuento, no es un relato autobiográfico, bien podría indentificarse cualquier alumno de este gran maestro de música que es Alonso Arreola.

En la primera década del siglo XXI, cuando todavía era posible comprar cuerdas de bajo por menos de lo que costaba un auto de uso, Temo García conoció a Al en una institución educativa que no figuraba en las listas oficiales, afortunadamente.

Temo escuchó hablar de Al por otros músicos. Había escuchado su música en videos y CDs con un arte de portada fuera de lo común. Era “música viva”, no convencional pero tampoco demasiado “contemporánea”. Logró después de una espera considerable que le asignara un horario de clases. Al llegar la primera sesión, en un aula estrecha pero muy bien iluminada, Al no habló ni de ritmos ni de escalas, sino que preguntó a Temo sobre su vida. Tanto vida musical como ajena a las notas.

—Antes de aprender a tocar —dijo con una voz profunda como si llegara del siglo anterior— uno tiene que aprender a sostener.

Temo, que entonces creía que el bajo era un arma secreta que podía dominar desde la soledad de su estudio, no entendió. Pensó que era una metáfora o un guiño literario de esos que a veces usan los músicos que también escriben. Pero cuando intentó imitar el groove que Al hizo con sorprendente naturalidad, algo sonó torcido.

No desafinado.

No fuera de tempo.

Torcido.

Como si el sonido no quisiera salir.

—Te falta algo —dijo Al, apagando el amplificador—. ¿Has sentido un temblor desde el cuerpo? No desde la tierra. Desde ti.

Temo no había sentido temblor alguno, pero esa noche soñó que las cuerdas se le enredaban en los dedos como hiedra, y que Al, en lugar de bajista, era jardinero, podando notas como si fueran ramas secas.

El curso siguió durante algunos años, y cada clase era menos musical pero más sobre la vida. Una vez Al llevó megáfono y a manera de juego le hizo hacer lagartijas al puro estilo militar. Otra, le pidió que improvisara verbalmente una serie de frases sin sentido lógico pero buscando evitar pausa entre ellas.

—Porque la música —decía— está antes del bajo. Está en cómo cruzas la calle, cómo le hablas a tu madre, cómo escuchas cuando alguien calla.

Temo comenzó a grabar no sólo con micrófonos, sino con el cuerpo. Grababa como quien graba en madera. Empezó a reconocer cómo una curva del dedo al rozar la cuerda podía ser una forma de pedir perdón. Cómo una pausa podía ser una forma de sostener el amor.

Al nunca lo elogió directamente, pero un día, mientras Temo afinaba su bajo antes de clase, le dijo:

—Tú ya no tocas para sonar. Tú tocas para decir.

Y entonces Temo entendió que esa era la lección.

No venía en ninguna tablatura.

No estaba en el mástil.

No salía del amplificador.

Venía de la forma en que uno decide estar en el mundo.

Años más tarde, cuando Temo grabó su primer álbum en el encierro de una pandemia, dejó el piano a un lado, prescindió de efectos digitales, y lo hizo sólo con bajo y batería. Como si quisiera probar que lo que le había enseñado Al no era un estilo sino un modo de estar. De resistir.

Cada vez que alguien le preguntaba por su sonido, Temo sonreía y decía lo mismo:

—Yo aprendí a hablar con mi instrumento.

¿Por qué alguien elige ser artista sabiendo que implica una vida precaria?

Digamos la verdad: dedicarse al arte es, en muchos sentidos, una locura. Es lanzarse al mar con un bote sin remos, con la esperanza de que la corriente —si uno sabe escucharla— te lleve a algún sitio con tierra firme y algo de luz.

Pero, ¿por qué alguien lo hace? ¿Por qué, sabiendo que hay caminos más estables, más predecibles, más “seguros”, uno elige la música, la danza, la palabra, la imagen?

No es una respuesta simple, pero sí es profundamente humana.

1. Porque no hay otra opción

Ser artista no siempre es una decisión. A veces es una urgencia. Una voz interna que no se calla. Una necesidad de traducir lo que se siente en forma, en sonido, en materia. Cuando uno lo intenta dejar, la vida pierde sentido. Y entonces, incluso con miedo, vuelve.

2. Porque el arte es una forma de resistir

En un mundo saturado de ruido, prisa y fórmulas vacías, el arte se convierte en un acto de resistencia. Es decir: “esto que siento, que observo, que imagino, vale la pena ser compartido”. En ese gesto hay dignidad. Hay belleza. Y hay también una fuerza subversiva: la de quien crea sin pedir permiso.

3. Porque sí hay recompensa, aunque no sea económica

Un aplauso íntimo. Un mensaje de alguien que se sintió acompañado por una canción. Un silencio colectivo frente a una función. Un niño que dibuja después de verte pintar. Esos momentos valen. Son fugaces, sí, pero reales. Y muchos artistas viven para eso: para tocar la vida de otro, aunque sea por un segundo.

4. Porque el arte también construye comunidad

No se trata sólo de crear para uno mismo. El arte convoca. Une. Organiza. Permite que aparezca otra forma de estar juntos. Una que no se basa en el consumo o la productividad, sino en la escucha, en la vulnerabilidad, en la experiencia compartida.

5. Porque el arte da sentido

Quizá lo más poderoso: el arte da sentido. Y eso no es poca cosa. Porque el mundo puede ser muy gris, muy cruel, muy frío. Y el arte —con todas sus formas— nos recuerda que hay todavía espacios donde el alma puede respirar.

¿Implica precariedad? Sí. ¿Renuncias? Por supuesto. Pero quienes lo eligen de corazón lo saben: hay cosas más importantes que la seguridad. Como la libertad. Como la verdad. Como ese temblor que aparece cuando una obra se termina y —aunque nadie lo vea aún— uno sabe que algo esencial ha sido dicho.

¿Y tú? ¿Qué estás eligiendo sostener, aunque cueste?

El músico y los retos interdisciplinarios, hacia una práctica artística expandida

Introducción

La figura del músico del siglo XXI ha dejado de estar confinada al escenario o al estudio de grabación. En un entorno cada vez más complejo, tecnológico y diverso, el ejercicio profesional de la música exige una apertura interdisciplinaria que va más allá del virtuosismo instrumental. El músico contemporáneo no sólo interpreta: investiga, produce, comunica, gestiona, codifica, diseña sonido, reflexiona y construye significados desde múltiples lenguajes. Este artículo explora los principales retos y oportunidades que representa esta expansión de lo musical hacia lo interdisciplinario.

1. De la ejecución a la hibridación de conocimiento

Históricamente, el músico se ha concebido como ejecutante. Sin embargo, los cambios sociales, tecnológicos y educativos han impulsado una transformación del rol tradicional. Hoy se demanda una figura capaz de colaborar con profesionales de áreas como el cine, el teatro, las ciencias cognitivas, la tecnología, la educación, la gestión cultural o el activismo social. La música se vuelve un punto de cruce, un campo abierta donde interactúan discursos, metodologías y sensibilidades distintas.

2. El músico como productor de conocimiento

La profesionalización en contextos académicos ha empujado a muchos músicos a insertarse en espacios de investigación. Ya no basta con saber tocar o componer: se requiere construir marcos conceptuales, generar metodologías, formular preguntas. Este paso hacia lo interdisciplinario implica familiaridad con las ciencias sociales, la filosofía, la tecnología o la pedagogía, entre otras áreas. Es un reto, pero también una oportunidad para hacer de la música una práctica crítica y situada.

3. La tecnología como frontera expandida

Herramientas como los DAWs (digital audio workstations), la síntesis, la programación creativa, el diseño sonoro o la edición audiovisual son ya parte del día a día de muchos músicos. Esto los convierte en usuarios —y muchas veces creadores— de tecnología. El músico interdisciplinario se mueve entre códigos, softwares, plugins y plataformas, integrando saberes técnicos a su sensibilidad artística. Esta capacidad se vuelve crucial para sostener una práctica vigente en la economía creativa actual.

4. Escenarios educativos y currícula flexible

Frente a estos retos, las instituciones educativas enfrentan el desafío de flexibilizar sus planes de estudio. El músico en formación necesita nutrirse de múltiples lenguajes: historia del arte, pensamiento crítico, herramientas digitales, gestión de proyectos, escritura académica, y más. Los enfoques centrados en el aprendizaje basado en proyectos, las colaboraciones entre disciplinas o los seminarios temáticos pueden fortalecer esta formación híbrida.

5. Entre la precariedad y la oportunidad

Asumir un perfil interdisciplinario no está exento de tensiones. La dispersión de tareas, la falta de reconocimiento institucional, la sobrecarga y la dificultad para sostener una carrera estable son realidades comunes. No obstante, también hay oportunidades: el músico que cruza fronteras puede generar nuevas formas de valor, abrir espacios propios, resignificar su práctica. La clave está en hacerlo con conciencia, ética y estrategia.

Conclusión

La interdisciplinariedad no es una moda: es una respuesta genuina a los desafíos contemporáneos de la práctica musical. En un mundo marcado por la complejidad, la colaboración y la interdependencia, el músico que se abre a otros lenguajes, saberes y territorios no renuncia a su identidad: la amplifica. En esa apertura se juega, tal vez, el futuro de la música como forma viva de pensamiento y acción.

La poliactividad del músico profesional

El músico profesional, en el inconsciente colectivo, se dedica a interpretar música, grabada o en escena. Ya sea de manera solista o en ensamble. A cambio obtiene una retribución económica.

Esto es cierto pero no refleja el cuadro completo, el músico profesional tiene lo que (Machillot, 2018) denomina Poliactividad laboral. Esto quiere decir, llevar a cabo diferentes actividades relacionadas con la misma profesión.

En el caso del músico estas actividades generalmente son: Interpretación, docencia, producción, investigación y gestión cultural.

División de Ingresos del músico

La gráfica de arriba más o menos refleja el ingreso de un músico profesional cuya principal actividad es la docencia en una institución de educación superior.

Un servidor, como parte de un proyecto de investigación, se está dedicando a realizar análisis cuantitativos de la percepción económica de un grupo de colegas. Es importante decir que todos ellos son profesionales que llevan años en la música y tienen formación musical.

De los 63 colegas que al día de hoy respondieron la encuesta, 29 de ellos vive principalmente de la docencia y el resto de sus ingresos proviene de interpretación, producción, investigación y gestión cultural.

23 de ellos vive principalmente de la interpretación de música, y el resto de su ingreso se divide también en las otras cuatro actividades.

Las actividades como producción, gestión cultural e investigación, representan un mínimo de ingreso para los músicos entrevistados. Seis de 63 se dedican a la producción como actividad principal, tres de ellos a la gestión cultural y solamente dos perciben ingreso por investigación. Esto queda representado en la siguiente gráfica:

Ingresos de las población entrevistada

De acuerdo con esta primera revisión de la información, la docencia es el principal medio de ingreso de los profesionales de la música, seguido muy de cerca por los músicos intérpretes. Posteriormente está la producción musical, la gestión cultural y finalmente la investigación.

Algo que se notó en la encuesta es que ninguno de los entrevistados escapa a la realización de las cinco actividades, es decir, en mayor o menor medida todos realizan alguna de ellas. Es comprensible dado que una buena parte de los músicos hoy día son también gestores culturales, productores y maestros de música. Lo que sí hemos visto que ocurre muy poco en la práctica, incluso en universidades que imparten la carrera de música, es el o la músico que realiza investigación.

Hay que mencionar también que de los 63 entrevistados, 61 respondieron a la pregunta: ¿Qué porcentaje de su ingreso proviene de actividades No musicales? 34 de ellos vive de actividades relacionadas a la música y 27 realiza para vivir actividades no relacionadas a la música:

Este primera serie de entrevistas nos permiten comprobar que los profesionales de la música son trabajadores poliactivos. En muchos casos realizan también actividades no cercanas a la música.

Es evidente que quien elige la música como profesión no lo hace por una retribución económica. Una siguiente fase del estudio sería investigar qué la vuelve tan atractiva para seguir abrazándola.

Que significa para mí la familia

Hay bastantes descripciones y definiciones de este término. No hace falta hacer referencia de ellas porque el concepto se entiende perfectamente desde que el ciudadano promedio cumple 5 años.

La familia comienza con una interacción de dos personas, una relación afectiva íntima con altas y bajas pero que en la generalidad es capaz de vivir en acuerdo.

La familia crece cuando esa pareja decide traer al mundo y poner a su cuidado un ser humano pequeño y ayudarlo a crecer y desarrollarse lo mejor posible. Este tercer elemento también tiene necesidades individuales e inquietudes por lo que nuevamente es necesario tener acuerdos ahora entre tres personas.

Es común que la pareja iniciadora de familia decida poner a su cuidado otro u otras individuos por lo que los acuerdos deben continuar constantemente.

De aquí podemos resumir algo: Familia son una serie de acuerdos entre seres humanos de distintas edades, géneros y cada uno con particulares necesidades y deseos.

¿Cómo conseguir que los acuerdos lleguen siempre a términos donde todos estén conformes?

Quizás ahí está la clave, el aceite para que la máquina llamada familia funcione bien se llama amor.

El amor implica generosidad, disposición a modificar los deseos y necesidades de uno para dar cabida a los de otro. En esto radican los acuerdos.

El amor también se demuestra con el esfuerzo y trabajo que hace la pareja que inició la familia para que los hijos bajo su cuidado crezcan sanamente.

Cuando se consigue esto el egoísmo queda atrás, el ser humano aprende a entregarse a sí mismo a los otros.

Eso es familia, amor que deviene en generosidad y cuidado constante de los demás.

Felices fiestas de fin de año a todos.

La Reconciliación con la obra

“Todo artista debe aprender a conciliarse con su obra y debe reconocerse a sí mismo en ella, con todas sus imperfecciones y virtudes.” -Alex Mercado

Siempre queda la interrogante después de hacer una grabación que ya se publicó: “¿Habré hecho un buen trabajo?”. Para quien escribe estas líneas esa pregunta empezó a perder peso hace dos años que se me quemó un disco duro donde tenía los masters de algunos de mis álbumes.

Sí, me dio rabia, frustración y tristeza pero también un alivio. La tranquilidad de saber que aunque quisiera, era imposible modificar esas canciones.

Los trabajos grabados en audio son reflejo de lo que fuimos en determinado tiempo-espacio. Resultado directo o indirecto de las circunstancias bajo las cuales se hizo la producción.

Muchas veces la duda impide que un trabajo sonoro vea la luz alguna vez. Tengo amigos y colegas músicos que grabaron discos que se quedaron en la fase de mezcla. Todo por no llegar a una “perfección” deseada.

A mi parecer y desde una óptica de músico e incluso de investigador académico, es mejor ir cerrando proyectos e irlos publicando periódicamente en lugar que detenerse demasiado tiempo en uno.

Todo trabajo, ya sea artístico o científico es una obra en proceso. Igual que nuestra propia vida.

¿Por qué? porque nunca dejamos realmente de aprender y descubrir cosas nuevas. Es imposible verter todo nuestro conocimiento y sabiduría en un solo trabajo.

Concuerdo con el maestro Mercado en aquella frase que usamos para abrir el texto. Hay que estar en paz con nuestras obras y no dar demasiada importancia a las fallas. No es esto una apología a un trabajo mediocre, es importante esforzarse para lograr una producción lo mejor posible. El punto es no ser tan cruel en la autocrítica sobre algo que se hizo en el pasado.